Conocí a R. y a su beba en su domicilio para enseñarle los masajes. Una mamá primeriza y reciente, en su departamento luminoso, de fondo se oye una música suave como un organillo al lado del bebesit. La beba tranquila, la madre también, llena de preguntas y con buena respuesta hacia su hija ante cada gesto. En un momento dado la beba llora y su madre se dispone para darle de mamar. Me sorprendí al ver cómo se quitaba la remera, quedándose con el torso libre para el encuentro piel con piel, no es lo más habitual en esta época, aunque nos hallemos entre mujeres. Seguidamente, buscó el almohadón de la luna y se acomodó en el sillón, sobre su falda el almohadón y sobre éste la beba quien se prendió bien al pecho mientras su madre sólo contactaba su mano ahuecada con la cabecita. Me impactó. Al principio lo sentí contradictorio, tanta libertad para el contacto íntimo piel a piel y finalmente apenas dos puntos de contacto mínimos: “…las “reglas” de crianza consensuadas que tienen tal aura de credibilidad, se basan mayormente en una mezcla de tradición, moda pasajera y sabiduría popular con un toque de ciencia. En realidad, pocos han analizado si las reglas de una sociedad funcionan mejor o peor que las tradiciones de otra en cuanto a producir adultos funcionales y felices.” (M. Small 1999) Lic. Paula Landen |
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