Hace un tiempo recibo a D. en mi consultorio, llega con una hermosa tela norteña bien colorida atravesada en su torso, allí dentro muy cómodo traslada a J. que se lo ve apacible, ella comenta: - “Me resulta muy cómodo llevarlo como canguro, incluso cuando estoy en casa, a veces sólo se calma dentro del aguayo” Escuchando a nuestras madres y abuelas aún existe la discordancia entre la necesidad de cargar al bebé para calmarlo y las voces que aún se oyen diciendo “lo vas a malcriar”. El upa en general se restringe a los momentos de cambiado, alimentación o traslado; paradójicamente se acude al upa para interactuar con el bebé cuando el padre o la madre desean habarle, mirarlo, encontrar su mirada; pero se restringe cuando el bebé llora solicitando contención. D. pudo captar las sensaciones de su hijo, el bienestar de estar en un contacto corporal íntimo sin el temor de malcriarlo, tomando el objeto de sostén para un uso más cotidiano observando que se vuelven presentes aquellas sensaciones intrauterinas que lo calman. He escuchado con frecuencia a mamás que compran el “portabebé” y finalmente no les resulta cómodo, nunca llegan a entender bien cómo colocarlo en su cuerpo ó como acomodar al bebé, se las observa con cierta “torpeza” al querer acondicionar “el artefacto” a su cuerpo. Es así como hoy en día algunas marcas incluyen un DVD instructivo para su uso. Éste es uno de los múltiples ejemplos de cómo el saber acerca de la maternidad que se transmitía de generación en generación se fue agotando en las ciudades industrializadas, tendiendo al consumo de objetos y no al intercambio vivencial transgeneracional, perdiéndose cierto sesgo de naturalidad en el maternaje producto de una falta de memoria colectiva corpórea, maternal y afectiva que se va diluyendo.
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